LAS MUJERES RURALES PARTICIPAN CADA VEZ MÁS EN LA ECONOMÍA FAMILIAR, SIN QUE LA SOCIEDAD LO RECONOZCA


Por acuerdo de la Organización de las Naciones Unidas, hoy se celebra el “Día Mundial de la Mujer Rural”. En México este día no es de celebración, sino de lamento por las altas condiciones de desempleo, de pobreza que se vive en las zonas rurales, de carestía de la vida que golpea con intensidad a las mujeres y la gran responsabilidad de convertirse en jefas de familia en más de 1.3 millones de hogares en el país.

Hay una gran necesidad de fortalecer la organización de estas con fines productivos, ya sea de tipo familiar o multifamiliar a fin de concurrir a los mercados locales y regionales con precios competitivos.

Ofrezco el apoyo de la CNC para formar empresas de tipo social o individual, con el propósito de aprovechar el alto potencial en cuanto a producción y exportación de alimentos que ofrece nuestra agricultura, ganadería, fruticultura y productos procesados.
Efectivamente los mercados internacionales están abiertos. Si analizamos los Tratados de Libre Comercio, fuera del TLCAN, tenemos formalmente establecidos y firmados 13 o 14 tratados y poco aprovechados. Son más de 40 países con los que podemos intercambiar productos del campo. Sin embargo, todos ellos solamente quieren vendernos productos sin que haya de por medio el intercambio, la reciprocidad, debido en gran medida a la nula capacidad de promoción de mercados en el extranjero.

Me refiero al trabajo de la mujer rural en dos vertientes: en sus hogares y en las labores productivas del campo, que en los últimos años se ha incrementado notablemente el costo de la vida en general y de los alimentos en particular. Los precios de los alimentos de consumo básico han aumentado en promedios que van más allá del 50 por ciento. Sólo en la tortilla el precio llega en algunas regiones del país, a los 16 pesos el kilogramo, y lo mismo ocurre con la carne, arroz, frijol, leche y sus derivados.

La constante emigración del campo a las ciudades o al extranjero, ha obligado a que las mujeres asuman la responsabilidad del mantenimiento familiar en más de 1.3 millones de hogares. Esto agrava las condiciones económicas familiares y se refleja en detrimento de la alimentación, salud, educación, vivienda, producción agrícola y relaciones laborales de las familias campesinas.

De acuerdo con estadísticas del INEGI, el líder de la CNC, el 37.7 por ciento de las mujeres con edades hasta de 24 años, padecen pobreza alimentaria en el medio rural; de 25 a 44 años, el porcentaje es de 34.8 por ciento; de 45 a 64 años es de 31.1 por ciento y de 65 en adelante, el 32.2 por ciento.
Reconozco la aportación de las campesinas en la economía familiar, su lealtad y compromiso con su grupo se refleja en el hecho de que en los últimos 20 años, la población económicamente activa femenina creció en más de 260 por ciento, mientras que la masculina se elevó en sólo 104 por ciento.
Considero necesario revisar la política en materia de derechos agrarios, ya que menos de 600 mil mujeres poseen certificados o títulos de propiedad en un universo de 6 millones de hectáreas; es decir, menos de 10 por ciento del total.

Demando al Gobierno Federal revisar y diseñar las políticas agropecuarias con perspectiva de género, debido a que ya no se puede admitir que una cuarta parte de la población femenina del país, enfrente dobles y triples jornadas laborales sin reconocerse ni retribuirse su esfuerzo.
Es hora de que la sociedad mexicana valore de las campesinas del sector rural su aportación al desarrollo económico del país y esto se refleje en una mejoría en sus ingresos.

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